Aprendimos a amarnos entre
las sombras de caminos de límites difusos, que fueron cuestionados a través de
la inmensidad de algunos cómplices silencios. El vértigo de la proximidad fue
acotando el horizonte donde la desesperanza huye cansada de esperar y fuimos recogiendo
la luz apaciguada del amor y su fuerza, del deseo interior embriagado de
rótulos celestes hasta el gozo transparente de abrazos luminosos. Nada podía
contra la magia de la armonía disuelta en la sangre, excepto un susurro casi
imperceptible que fue calando en la simple y finita laguna de la duda.
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