La tarde estaba en ella, y con ella se fue diluyendo; como los cuerpos
borrosos que se van adentrando en la penumbra del olvido. Allí, sentada en el borde
de la cama, llenándose de si misma; imponiendo su majestuosa presencia en el desierto
que conformaba la estancia. Estaba conmigo, pero sin mí. Ausente de todo, con ese
vacío interminable que cubre los silencios del ocaso donde se rinde, sin apenas darse
cuenta. La leve luz que se filtra parece entrever una sonrisa distraída. ¿Un
recuerdo tal vez? ¿Algún vestigio de claridad al final de la tarde?
Quisiera
imaginar que todo es igual y que simplemente esperamos para reconocernos; para encontrar la armonía que tantas veces describí en mis poemas, con la lenta
convicción de su ser abriéndose camino entre nosotros.
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