Ha caído la noche, pero pronto se hará
sentir la madrugada y se diluirá la atmósfera de cristal en el silencio
cómplice que invade la estancia. Resbala la mano suavemente sobre una pequeña sensación
de cielo y sabe que su alma llega donde llegan sus sueños, y que no es más que
un beso de sus labios, la presencia que no ocupa espacio, la difícil
transparencia de la claridad en la sombra.
Guarda sus caricias de dedos de espuma venciéndose
a su dulzura en la armónica marea de sus cálidos brazos. En ellos se quedan
enredados todos los sueños, y al desprenderse las frágiles estrellas seguía su
sonrisa bailando en los labios, y el inconfundible aroma de su fragancia.
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