Me paro a recordar los
pasajes que van más allá del día que te alberga, desde la ventana en que
podíamos divisar el mundo aquel que nos desbordaba por aquellas energías de
horizontes infinitos.
Culpábamos al azar
de la beligerancia de las horas, de su indolencia ante nuestra desesperación por
el espejismo del tiempo.
Fue una entrega reservada solo para aquellos que han
resistido todas las ausencias y han sentido las emociones de los vendavales del
deseo. Todo eran alientos y temblores, y aquella ensoñación donde veíamos
reflejados la cordura del delirio.
Pararse a recordar sin renuncias de aquellas
brisas, es descubrir un legado envuelto de ternura. Y no olvidarlo.
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