A
Nació el beso a la luz de la impaciencia
cuando el día aprendió a hacerse noche,
al compás de dos deseos que se encontraron
en la lenta gestación de una incertidumbre,
entre el misterio de sus ojos
y la barrera diferida de los silencios.
Era el conjuro de un instante no previsto
entre sombras con testigos y al son de
una música que no escuchábamos y
que se extinguió entre el leve rastro
de algunas palabras tenuemente
rendidas al oído.
Después quedó la fragancia de su
presencia, entre la distancia que
había entre ella y la incertidumbre,
la tregua que el tiempo establece
para mantener el equilibrio en
lo que creemos ver o la tenue
orilla del miedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario