Hubo un
tiempo en que se vertebraban los ritmos de las cosas; que las palabras eran
sentencias sin plasmar en documentos; que éramos capaces de ser felices si nos lo proponíamos. Hubo un
tiempo que fuimos suficientes para aprender de la vida, de las formas distintas
de poder salir de las encrucijadas y de las incertidumbres de lo que pudiera
suceder mañana.
Contemplábamos las horas que no
llegaban con una comodidad indefinible, aceptando las cosas con entereza y con
la vaguedad de ser y de sentir la aplastante rutina de todos los días.
Eran días largos y pensábamos en
ellos con la ilusión de ser aquél nuestro mejor día, en los contornos
perceptibles de nuestra insatisfacción permanente; en el suave tacto que te da
la vida para entenderla y en aquella continua obstinación de querer ser
felices.
Hoy casi nada es como ayer, el
horizonte es distinto y cada vez más distante. No sabría asegurar si mejor o
peor, solo que es un tiempo desprovisto de nuestras viejas esperanzas y sueños.
Algo más impersonal y menos seductor.
Lo que compruebo esperanzado es
que sigue habiendo algo que me empuja a separarme del desorden y de tanta
indiferencia como veo a mi alrededor: el poder seguir escribiendo poemas; al
tacto de una piel que te haga sentir joven e ilusionado; a seguir extasiándome
con los aromas y sonidos de cielos no visibles; de la magia y el asombro de algunas
palabras que me gusta oír mientras las horas carecen de valor.
Todo eso y el indulto de todos
los errores cometidos sin mala fe. Contemplar a lo lejos un cúmulo de nubes por
donde se abra paso un sol que con lasitud nos cautive antes de llegar el
invierno.
Que el próximo año sea de
esperanza y que todos podáis conseguir aquello que la vida no ha podido daros.
Feliz 2015.
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