El amor vive en la memoria,
en las huellas que ha dejado
y en el sendero recorrido
hacia nosotros mismos.
Amar, como morir,
es un tránsito
lleno de cielos y derrotas
que han buscado refugio
en nuestra fragilidad,
en el marasmo que es la vida
y la métrica de los días.
Amor y muerte
es como un soplo de aurora
que no acepta reglas,
donde al fin el corazón estalla
rompiendo el silencio
con los ojos cerrados,
sin posibilidad de entendimiento mutuo.
Son mordiscos en el alma y la carne,
a la intemperie,
ajeno a nuestra voluntad
por encima de nuestras dimensiones.
Son espacios de nuestra existencia
que nos oprime a distancia.
Es el gemido y el latido confuso
del que siempre estamos prisioneros,
mientras el tiempo cumple
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