Se oye el viento con su nombre
entre el espeso mar de cielos grises que presagian una tormenta desencadenada. Ya
nada será igual como aquel tiempo de otoño que nos estremeció la piel entre la
neblina de hojas cayendo, cuando se gestaba el conjuro de nuestros quiméricos
sueños adolescentes. Ni el impreciso lenguaje del silencio saludará las dudas
desordenadas de una vida invadida de horas marcadas en el pálido eco de las
mañanas. Se fue la magia de aquellos días en que volábamos sobre amaneceres rojos
y donde la brisa se dormía en nuestras manos
entre besos de silencio.
Ha llovido demasiado sobre los corazones para no quedarse sin aliento entre
el desconcierto de latidos. Sueña el aire en su vuelo transparente
recordándonos lo volátil que es el tiempo. Pasa tenue la luna acariciando el
olvido, aquello que dejamos sin acabar.
Es la hora violenta que todo lo trastoca, la luz en un laberinto
divagando por el miedo, la lenta gestación de una herida.
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